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VALLE DE SANTIAGO, GTO. — En las calles polvorientas, entre risas y gritos de emoción, se libraban verdaderas batallas de precisión y astucia. El juego de la canica —o “caicos”, como se le llama en muchas regiones de México— fue durante décadas el rey de los recreos, el alma de las tardes sin pantallas, y el ritual que unía a niños de todos los barrios.
Con solo un puñado de canicas de vidrio, cada una con su propio nombre y personalidad —la “lechosa”, la “agüita”, la “tripa de pollo”— los jugadores trazaban un círculo en la tierra y comenzaban el duelo. El objetivo: sacar las canicas del rival del área, usando la propia como proyectil. Pero más allá de la técnica, lo que hacía especial al juego eran sus frases, verdaderos códigos de honor entre los participantes.
🔹 “¡Chirias pelas!” — si sacaba caico de las rueda y le pagabas al rival, no solo te quitaba el premio sino que morías, es decir dejabas de jugar.
🔹 “Una de dos” — Advertencia desafiante: ya fuera que sacaras la canica y de rebote le pegabas al rival.
🔹 “Chirias mueres” — Frase lapidaria que anunciaba el riesgo de perderlo todo si pegaba dos al mismo tiempo.
🔹 “¡No vale chirias con chirias!” — Reglas no escritas que se respetaban como mandamientos.
🔹 — Cuando alguien usaba su mejor canica para asegurar el triunfo. No valía si no anunciabas con anticipación que cambiarías de tiro
El juego no solo requería puntería, sino también estrategia, valor y un poco de suerte. Las canicas se apostaban como tesoros, y perder una “lechosa” podía doler más que un raspón en la rodilla.
Hoy, en tiempos de videojuegos y redes sociales, el eco de esas frases aún resuena en la memoria de quienes vivieron esa época dorada. El juego de caicos no era solo un pasatiempo: era una escuela de vida, donde se aprendía a ganar, perder y respetar.


