Santiago, pacífico pescador de Galilea (*) y uno de los doce apóstoles de Jesucristo fue, según cuenta la leyenda, el evangelizador de España. Según la creencia de la época previa a la conquista de México, los santos peleaban junto a los españoles en las batallas. Así pues, durante las guerras de la Reconquista, el santo patrono se convirtió en un feroz caballero Matamoros y la invocación Santiago y a ellos daba inicio a cada una de las batallas.
La creencia en las milagrosas apariciones del santo se traslada a América, en donde el señor Santiago se transforma en Mataindios.
Tiago el mayor, quien pasó de modesto pescador en Galilea a jinete matamoros, era hijo de Zebedeo y Salomé y el hermano mayor de Juan el Apóstol. Su maestro Jesús les puso el sobrenombre de «hermanos boanergués» («hijos del trueno«). Devenido en uno de los primeros mártires cristianos por su decapitación ordenada por Herodes Agripa I en Jerusalén, fue primero santo apóstol, más tarde falso evangelizador de Hispania y al fin patrono de sus cristianos, hubo de acostumbrarse -como buen hijo del trueno- al manejo de la rienda, la lanza y el estribo.
Así, en las inmediaciones de Cintla, poblado del señorío de Pochontán, contiguo a la desembocadura del río Tabasco, los caballos galoparon por primera vez en tierras de Mesoamérica. Sólo a 16 cupo tal honor, según nos relata Luis Fernando Granados Salinas en su artículo Santiago y la Yegua en la revista núm. 12 de Arqueología Mexicana, y salvo Rolandillo, Rey y Cabeza de Moro, ninguno tendrá la suerte de ser recordado por su nombre.
Sobre sus lomos se irguieron, ansiosos por acabar con la arrogancia de los indígenas tabasqueños, una quincena de soldados castellanos, los más principales discípulos de Hernán Cortés. El caballo restante, con seguridad el más brioso y el de estampa más galante -una yegua baya, qué duda cabe- debió de carecer de jinete hasta que la batalla entre indios y europeos alcanzó su momento más crítico, pues es francamente inverosímil, e incluso acaso sacrílego, pretender que además de santos, del cielo caigan caballos.
Montó Santiago la yegua que la Providencia dispuso para él en el llano de Cintla. Sólo más tarde los indios supieron que el primer caballero que apareció a sus espaldas era en realidad hermano del evangelista Juan, y años pasaron antes de que comprendieran la importancia de su intervención. Los hispanos, en cambio, identificaron al instante el porte distinguido y la furia cristianísima del muerto de Compostela.
¡Milagro no es que un santo se aparezca, es que alguien lo vea!
Texto tomado de la Pagina Valle de Santiago, de el Arq. Antonio Silva Tavera
Una gran mentira ya que Santiago el único discípulo de Jesús no piso este continente entonces como se dice ser que esa imagen que no se mueve puede ser discípulo de Jesús de nazaret ahora si hubiera sido el hubiera dicho no se le inclinara ante el. Solo al único que se le puede dar gloria es a Jesús no a nadie más.